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LA MESTA
"CUENTO"
José Antonio Campos Campos

Hubo un tiempo en que la fuente de la Mesta se encontraba en lugar distinto del actual.

Estaba en una cueva en la misma sierra de Fates. Y tenía la virtud de curar la melancolía que era como entonces se le llamaba a la depresión.

Con tal motivo, en aquellos tiempos, el pueblo era un emporio pues acudían a él gentes de todos los puntos cardinales que venían a tomar las aguas para curar sus pesares. Todas las viviendas estaban ocupadas, así como todas las fondas y posadas y cualquier otra forma de alojamiento, no sólo en el propio pueblo, sino también en todos los caseríos de los alrededores. También existía un servicio de reparto para las personas que se encontraban impedidas.

Todo esto como digo, había ocasionado un río de dinero que afluía como un torrente, desde todas las direcciones, y como el pueblo pertenecía a la Orden de Santiago, pues también dicha Orden tenía su corresponsalía en el pueblo. La misma se encargaba del mantenimiento del orden, por medio de un grupo de caballeros, con la consiguiente parafernalia inherente a aquella época.

Pero, hete aquí, que de buenas a primeras la fuente perdió sus propiedades. Aunque seguía manando ya no lo hacía de aquella forma cristalina en que lo había hecho desde tiempos inmemoriales, y lo que era peor, dejó de curar la melancolía como he contado antes.

Aquello supuso un auténtico cataclismo para todos los sectores sociales del pueblo, y originó una convulsión, ante la que todos los sectores involucrados trataron de buscar los motivos de tamaño perjuicio, para que conociéndolos buscar el remedio.

La primera medida que se tomó fue la de que alguien entrara en la cueva para tratar de averiguar que había sucedido. El consejo de notables de la localidad se reunió y después de acaloradas discusiones, designaron a un alguacil para la tarea de asomarse a la cueva. Se le dotó de suficientes antorchas para explorar a fondo, ya que hasta entonces nadie había llegado hasta el final de la caverna porque no había habido ninguna necesidad. También se le proveyó de armamento por si acaso le fuera necesario. El día que se iba a realizar la descubierta la boca de la cueva era una feria. Todos los desocupados, que para entonces eran muchos, estaban allí, la mayoría como parte interesada, puesto que casi todos los aldeanos habían perdido su puestos de trabajo. Llegado el momento y después de recibir la bendición de un sacerdote, el alguacil inició su entrada solemne en la cueva.

No se sabía cuanto tiempo iba a tardar en volver, pues ya hemos dicho que hasta aquel momento nadie se había aventurado en la cueva hasta llegar al final, por lo que todos se dispusieron a esperar sentándose en el suelo formando corrillos. El alguacil llevaba comida y agua para unos tres días pero nadie esperaba que agotara todo el plazo, porque al estar todos ansiosos de conocer la verdad, le apremiaron con insistencia para que resolviera el encargo con la mayor prontitud. Al final del primer día nada se supo del alguacil, y al final del segundo tampoco y ya entonces empezaron a impacientarse algunos; pero cuando llegó el final del tercer día y el alguacil no volvía, la alarma fue general, y al cuarto día la esperanza de que volviera empezó a difuminarse.

Empezaron las conjeturas: que se había perdido, que hablase despeñado en alguna sima, que por guasa había encontrado otra salida y volvería por otro camino. Pero lo cierto es que del alguacil nunca más se supo.

En estas circunstancias ya no encontraban a nadie dispuesto a intentar otro reconocimiento, máxime cuando a raíz de este caso se supo que se habían encontrado varias cabezas de ganado parcialmente devoradas, y, si al principio se había pensado el ataque de osos o algún otro predador, las mentes mas calenturientas empezaron a colegir que el mismo animal que había devorado las cabezas de ganado era el que moraba en la cueva, y por consiguiente había acabado con la vida del alguacil.

Después de consultar el caso con las personas que pudieran tener conocimiento del mismo, para lo que se mandaron embajadas a varios lugares, encontraron un nigromante que se comprometió a solucionar el problema, pues con una fórmula de su invención podía conseguir el desalojo de la cueva.

Dicha fórmula consistía en quemar en la boca de la cueva un día que el viento introdujera el humo hacia el interior, un compuesto a base de salitre y azufre, asegurando que en otras ocasiones había tenido éxito dicho remedio en circunstancias parecidas. Como con este método no se ponía en peligro la vida de nadie el concejo tuvo a bien aprobarlo, por lo que se hizo acopio de los materiales, es decir el azufre y el salitre, en las proporciones adecuadas, amontonándolo en la boca de la cueva a la espera que soplase el viento de poniente, debido a que esa la orientación general de la cueva.

Cuando saltó el poniente se le prendió fuego al compuesto y ocurrió lo impensable: en la entrada de la cueva había un depósito natural de carbón que al mezclarse con el azufre y el salitre formó la pólvora, originándose una gran deflagración que hizo que se derrumbara la boca de la cueva, quedando obstruida con ingentes cantidades de roca y tierra, por lo que la cueva dejó de existir y por consiguiente la fuente dejó de manar.

Algún tiempo después conforme el agua fue embalsándose, encontró una nueva salida, en el lugar en que mana ahora, pero por supuesto sin aquellas propiedades que tanta riqueza había originado. Queda claro que nunca se supo que ocurría dentro de la cueva para que el agua hubiera perdido su esencia.

Facinas, agosto de 2009

José Antonio Campos Campos.